Los fines de ciclo, las muestras de fin de año, son momentos de recapitulación, de detenimiento de la mirada. Hacemos una pausa que nos permite apreciar cómo en el transcurso del año fuimos puliendo herramientas, eligiendo rumbos, desplegando mundos personales. Cada uno de los artistas del taller hizo un recorte del camino recorrido: experimentaciones, investigaciones, observaciones, ejercitaciones de distintas técnicas, búsquedas poéticas diversas. Estas obras son la punta de un iceberg.
Hoy está aquí a la vista el producto tangible del trabajo, pero en el taller, además, pasan un montón de cosas invisibles. Hay una, que se fue tejiendo entre todes, que celebro en especial. El taller es un espacio donde cada uno pone en juego algo muy íntimo y personal. Lo vive y lo comparte con los demás mientras se está gestando, con todo el entusiasmo, las dudas, el pudor y las inseguridades que esto genera. En los momentos de trabajo compartido las miradas y las palabras de todes circulan con atención, con compromiso, con delicadeza y con humor. El clima del taller es fértil gracias a las actitudes de cada uno.
Este año además la muestra viene con un sabor especial porque tenemos una invitada de lujo. Graciela ieger fue mi maestra. Su taller y su mirada siempre me alojaron en mis búsquedas con amabilidad y sabiduría. Graciela conecta con otros mundos, sabe mirar y escuchar, acompaña y da confianza. Se ve en su pintura y en su compañía.
Hoy, el aire se hace respirable gracias a estas cosas. Estas cosas las hacemos entre nosotros, en comunidad. Las que se ven y las que se respiran.