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(…) Entonces podríamos imaginar que el otro primer narrador ha sido el adivino de la tribu, el que narra una historia posible a partir de rastros y vestigios oscuros. Hay unas huellas, unos indicios que no se terminan de comprender, es necesario descifrarlos y descifrarlos es construir un relato. Entonces podríamos decir que el primer narrador fue tal vez alguien que leía signos, que leía el vuelo de los pájaros, las huellas en la arena, el dibujo en el caparazón de las tortugas, en las vísceras de los animales y que a partir de esos rastros reconstruía una realidad ausente, un sentido olvidado o futuro. Tal vez el primer modo de narrar fue la reconstrucción de una historia cifrada. A esa reconstrucción de una historia a partir de ciertas huellas que están ahí, en el presente, a ese paso a otra temporalidad, podríamos llamarlo el relato como investigación.
Modos de narrar. Ricardo Piglia.
No hay tristeza, ni furia, ni nostalgia. Sólo llora lo roto quien lo habitaba a gusto.
Perseguir un anhelo sin forma. Vagar entre ruinas sembradas de señales que ya no dicen nada ¿Cómo mirar ahora? ¿dónde encontrar otras palabras?
Ir a la deriva buscando entre los restos pequeñas perlas abandonadas. Recoger vestigios como quien junta caracoles en la playa, sopesando su valor con criterios caprichosos. Hacer acopio. Trazar líneas nuevas con los viejos restos carbonizados. Ensuciarse las manos, pintar las paredes: los peces que va creando la pesca, las piedras del camino, unas palabras recogidas en la marcha.
Fallar. Buscar señales en los intentos fallidos, en lo roto, en lo inconcluso, en lo abandonado.
Recuperar lo que quedó de los momentos menos memorables, lo que no merecía trascender. Lo que no alcanzó a hacer sentido. Insistir.
Armar un refugio con las ruinas del naufragio, o una trinchera si es el caso.
Encender un fuego. Celebrar el camino, la existencia del carbón.
Invertir la mirada. Quedarse en la huella de un trazo.
Ser carbón. Mirar el mundo desde el corazón de una hoguera.